¡Loado se Dios, que ha puesto al mayor placer de los hombre en las partes naturales de la mujer y que ha hecho que el de las mujeres coincida en las partes naturales de los hombres!
Dios no ha dado bienestar a las partes de las mujeres, no ha concedido a las mujeres satisfacción y dicha, sino cuando son penetradas por los órganos del hombre; al igual las partes sexuales del hombre no tienen reposo ni tranquilidad sino cuando han entrado en las de la mujer.
Cuando se ha verificado esta operación mutua se producen entre los actores, choques, enlazamientos; una especie de animado combate. El goce no tarda en venir, a causa del contacto de las partes interiores de los vientres. El hombre trabaja con ardor y la mujer le secunda con movimientos lascivos y entonces, la eyaculación se produce.
¡Loado sea Dios, que con tanta sabiduría ha sabido disponer las cosas!
Dios ha creado el beso sobre la boca, en las dos mejillas o en el cuello, para provocar la erección en el momento favorable. Ha sido El, con su sabiduría, quien ha embellecido el pecho de la mujer con sus senos, su cuello por el doble mentón y sus mejillas con rosas frescas y encendidas.
El le ha dado también ojos que inspiran el amor, con cejas que parecen dos cuchillas.
El le ha dado un vientre redondo y las curvas de las caderas que hacen resaltar su belleza.
El le ha dado también una grupa majestuosa y todas estas maravillas, las ha colocado sobre las piernas que son arco de todas las lujurias. Entre ellas ha colocado Dios la arena del combate.
Cuando la mujer es de carnes abundantes asemeja aquélla a la cabeza de león: se llama "Vulva" ¡Oh, qué cantidad innumerable de hombres han muerto a causa de ella! y, ¡oh, dolor, ¡cuántos héroes entre ellos!
Dios ha hecho a este objeto una boca, una lengua y unos labios; una vulva perfecta, se asemeja a la huella del pie de la gacela en las arenas del desierto.
Todo esto viene soportado por dos columnas maravillosas, testimonio del poder y de la prudencia de Dios; no son ellas ni muy largas ni muy cortas y El las ha ornado de muslos, de rodillas, de pantorrillas, que forman curvas indeciblemente graciosas.
El Todopoderoso ha anegado después a las mujeres en un mar de esplendores, de voluptuosidades y de delicias; las ha cubierto de vestidos preciosos, con cinturones brillantes con pliegues turbadores y las ha dotado de excitantes sonrisas.
Que sea, pues, exaltado y enaltecido El, que ha creado las mujeres y sus bellezas, con carnes apetitosas; El que las ha dotado de cabellos, de cintura, de garganta y de senos que se inflan y de gestos amorosos que excitan deseo.
El señor del Universo les ha dado el imperio de la seducción de todos los hombres; débiles o fuertes. El les ha sometido a la servidumbre del amor de las mujeres. Por ella existe la sociedad o se dispersan las familias, por ella se permanece en un lugar o se sienten deseos de emigrar.
El estado de humildad en que se mantienen los corazones y que están separados del objeto de su amor, les hace arder el pecho; hace pensar sobre la servidumbre, el desprecio y la miseria y les somete a todas las vicisitudes, consecuencias de su pasión; y todo esto a cauda del deseo ardiente de aproximación.
Yo, servidor de Dios, le doy gracias porque nos haya hecho de suerte que ninguno pueda sustraerse al amor de las mujeres y que ninguno puede dejar de sentir el deseo de poseerlas ni por el cambio, ni por la fuga, no por la separación.